Acerca de esta página

Sólo un propósito muy general me anima ahora que acabo de tomar contacto con esta herramienta de comunicación: compartir pensamiento propio y ajeno sobre cuestiones que, desde hace ya bastante tiempo, despertaron mi interés o incluso me apasionaron y aún siguen haciéndolo. Todas ellas tienen que ver con las personas y con el discurrir de sus vidas.  A todas he querido y he podido asomarme desde el amplio y hogareño mirador de la familia, y desde los que, a lo largo de los años, me fue ofreciendo un largo trabajo profesional vario y cambiante.

Nacer, crecer y encontrarse con el otro y consigo mismo… Sorprenderse, deslumbrarse y, tras dudas y vacilaciones, decidir la entrega, emprender un camino solo o a dos, con algunas certezas y muchas interrogantes. Una senda flanqueada por riesgos y amenazas, pero hermosa, apasionante y única. Procurar y contemplar, en medio del amor, el brote de la vida, de nuevas vidas que reclaman cariño, atención y ayuda; que necesitan también seguridad y confianza, autoridad y guía. Y que, llegado el día, reivindicando libertad, emprenderán sus propias sendas, solos tal vez o en compañía. Y así, inexorablemente, a cada cual le va pasando el tiempo de la segura infancia, de la juventud y de la adultez madura que da paso a la vejez: esa edad en la que -a decir de los antiguos- la sabiduría sale al paso de los hombres y de las mujeres… pero que sólo alcanzan los valerosos y enamorados de la verdad.

Todo esto que vemos que hoy ocurre, viene sucediendo así desde el hondón del pasado más lejano de nuestra especie. El escenario ha cambiado notablemente. Otras son las circunstancias, también es cierto. Pero los retos esenciales a los que han de hacer frente las nuevas generaciones son sustancialmente los mismos, porque también son las mismas las preguntas clave a las que habrán de dar respuesta: ¿Cuáles son su origen y destino? ¿Donde hallar el sentido de la vida? ¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Cual es el camino que conduce a ella? Todo cuanto nos rodea lleva inscritas, en su propia naturaleza, las claves de su evolución hacia la plenitud y declive de su forma acabada de ser. También el desarrollo del ser humano sigue unas pautas acordes con su naturaleza corpóreo-espiritual. De manera que su  crecimiento, en tanto que persona, no se ve determinado por la mera biología y el ambiente pues, al ser espíritu encarnado, se halla transido de libertad: de esa misteriosa y poderosa energía interior que le hace ser capaz de auto-determinarse mediante la educación: ese proceso que de forma intencional protagoniza en busca de su Yo mejor, de su bien  y de quien ama  porque -intuye- que en ello radica la felicidad de todos.

El hombre, pues, persigue su bien y su verdad aunque a veces se le antojen imprecisos, vagorosos, cuando la niebla de la desconfianza, invadiendo la razón, difumina sus perfiles.  Es entonces llegada la hora de la fortaleza, de la determinación y del esfuerzo porque, cuando tal ocurre, ni siquiera la belleza (resplandor del bien y de la verdad) es capaz de disiparla. Y, así, el sentido ético, el de justicia y el mismísimo sentido común en que debieran uno y otro sustentarse, se esconden a la razón tras el espeso velo tejido desde el pragmatismo que tan sólo valora la utilidad práctica de lo convencional.

En definitiva, espero sean cavilaciones sobre el verdadero protagonista del hermoso drama de la vida: el hombre acuciado por sus necesidades primordiales de subsistencia, de seguridad y de trascendencia. El es el titular de derechos y deberes porque -recordemos- está dotado de libertad, es pura libertad encarnada y dinamizada por el amor. Aunque, a veces, se pregunte con dramática e insistente perplejidad: <<sí, soy libre. Pero ¿Qué es la libertad?>>

Francisco Galvache Valero

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