La Moción de Censura al Gobierno

He de decir, antes de nada, que no me atrevo a aventurar quién ha podido ser el beneficiario neto del conjunto de esta iniciativa: interposición, desarrollo y resultado final de las votaciones. También creo necesario recordar que han sido muchos los que pusieron en evidencia sus irrefrenables deseos de ejercer sus magras dotes proféticas lastradas, en no pocos casos, por sesgos ideológicos y/o partidistas de uno u otro signo; y que, entre estos últimos, se encuentran conocidas caras y firmas de nuestro panorama mediático actual que compadecen con el Gobierno y con quienes le apoyan, o se oponen junto a los diferentes partidos de la oposición exhibiendo análogas debilidades.

En consecuencia, no me pronunciaré respecto a tal cuestión, aunque me malicie que (para bien o para mal) poco influirá respecto al convocante, poco también para el partido de centro-derecha que sólo se abstuvo en el voto y, negativamente -en algo, al menos- en las expectativas triunfalistas de la coalición de interese que lidera el actual Presidente de España y, según la Ley, de todos los españoles.

Tampoco haré protestas de a partidismo -que, de hacerlas, responderían exactamente a la verdad- porque creo que sería inútil, ya que, en esta sociedad nuestra, pocos entienden la gran distancia que existe entre la mayor o menor afinidad de ideas con una u otra forma de pensar y la militancia o adhesión acríticas que es común a la mayoría de los miembros, afiliados y seguidores de cualquiera de los partidos políticos de nuestro tiempo y, seguramente, de cualquiera otro. Ante estos últimos, todo aparece envuelto en el velo de la pasión mientras la verdad se entiende utópica, mientras las ideologías políticas fingen certidumbres avaladas por sus sistemas de significado cuasi religiosos. En todo caso, es más cierta, más real, para ellos, la ilusoria exclamación de Luigi Pirandello: “Así es si a sí os parece”, ciudadanos (añado yo)

Decía Ortega que la verdad es lo único que necesita el hombre absolutamente; pero, hoy, a causa de ser considerada inasequible, perdida, como está, entre apariencias, las gentes ganadas por semejante pesimismo han quedado inermes ante los eslóganes argumento que pueblan los argumentarios de la propaganda de los partidos, de la publicidad de las empresas, de los grupos y asociaciones de toda índole. ”¡No hay vacaciones sin Kodak”! ¿No os parece? “Tu cuerpo siempre tiene razón, ¡No lo defraudes!” (Gracias, admirado Umbral, aunque por otras razones)

Pues en medio de la ceremonia de la confusión creada en torno a la moción de censura, hemos podido ver, oír y leer mucho de eso. Uno de los eslóganes argumento más utilizados desde los círculos de influencia de uno y otro signo, fue aquel que insistía en su ilegitimidad, apoyándose en que la Constitución española exigía que la moción de censura presentada fuera “una moción constructiva”; es decir (según ellos): que dicha propuesta debía ser presentada por un partido que ofreciera un candidato que llevara al Parlamento un programa capaz de conseguir el apoyo mayoritario de la Cámara; y dado que esto, a priori, era imposible, su inutilidad era flagrante y su falta de cualidad constructiva la hacía manifiestamente ilegítima.

Pues bien: en ninguno de los cuatro apartados del artículo 113 de la Constitución se habla ni se explica que la tan manoseada condición de constructiva debiera adornar a la moción de censura. Tampoco se alude a ello en los siguientes artículos. En cualquier caso: ¿No es constructivo poner en evidencia, en el Parlamento y ante los ciudadanos, los disparates de la acción de gobierno de cualquier ejecutivo que los cometiera? ¿Es inútil que fuera visto el debate, y en directo, por 12,5 millones de personas? ¿Hubiera sido más útil, acaso, que no lo hubieran visto? ¿Se deberían haber contentado con sólo la opinión publicada acera de ello? ¿No son constructivas las denuncias de las malas prácticas de gobierno? ¿Es ilegítimo que quienes promovieron la moción pretendan neutralizar el triunfalismo y la desinformación real o presunta de sus oponentes? ¿También lo es formar juicio y dar razón acerca de una obra o forma de gobernar (Cfr. DRAE)? ¿Sólo se podría conjugar el verbo censurar en el Parlamento, en el caso de que fuera del todo previsible o, al menos, muy probable, su triunfo en votación? Y, si esto último fuera cierto: ¿No serían inútiles -si no estúpidas- las interminables intervenciones contra los delirantes proyectos de ley que el gobierno viene sacando adelante? ¿No lo serían, así mismo, los monólogos de la oposición (o incluso de la situación) a parlamento vacío? ¿Qué habría que decir, entonces, de las penosas sesiones de control al gobierno, en las que el debate se ve sustituido sistemáticamente por la práctica del método Ollendorf (versión culterana de los viajes dialécticos por los cerros de Úbeda) del que son expertos los políticos y, de forma eximia el Presidente Sanchez y su Gobierno?

Ya se ve que para muchos la cuestión no estriba en hacer lo que se debe desde la perspectiva ética, sino sólo y únicamente desde la óptica del utilitarismo más romo. Frente a tan malsana tendencia es hora de buscar afanosamente la verdad, la realidad de las cosas, y proclamar su necesidad y hermosura, a la letra y en la forma y con la determinación que mostraba el gran poeta español frente a quienes intentaban silenciarle: «No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo.»

En fin: ilegítima está claro que no fue; inútil, ya se verá. Habrá que esperar para saber en qué queda todo esto de la moción de censura, en medio de los recuerdos que retenga, en su memoria a largo plazo, el conjunto de los ciudadanos españoles, cuando llegue el momento de la relativa verdad (dicho sea no sin cierto escepticismo): el momento de las elecciones Municipales y, después, de las Generales.

Francisco Galvache Valero-Martín

25 de marzo de 2023

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