¿Una mutación genética?

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A finales del pasado año,[1] publiqué unas cavilaciones sobre ese fenómeno inédito antes de nuestros días, y cuyo rasgo estructural más distintivo es la preferencia que muestra un creciente número de personas de edades varias (no sólo jóvenes, ni mucho menos) por afrontar su vida en solitario, al margen de planteamientos de cohabitación habitual de cualquier sesgo que pudieran siquiera evocar, de algún modo, la existencia de vínculos jurídicos de índole conyugal y, por tanto familiar entre los eventuales convivientes. Hoy, retomando el hilo de aquellas reflexiones, me pregunto ¿Se ha producido acaso una mutación genética que ha llevado a tantos a la indiferencia y al solipsismo tras amputar en ellos el impulso social primigenio a formar familia?