¡Es verdaderamente enternecedora la solicitud con que, este Gobierno, se preocupa y ocupa de nuestros presuntos deseos de pasar a mejor vida antes de tiempo! En ello están hasta en el mínimo detalle. ¿Dónde quiere usted que le «facturen»? ¿En un hospital público o desea que lo hagan «por lo privado»? ¿En su hogar o en el de algún buen hijo que se hizo cargo de usted, o quizá en la residencia pública o privada en que se acoge? Si es en uno de estos últimos lugares, el propio Vicepresidente del Gobierno estará, seguramente, encantado de servirle.
Hay, no obstante, gente no muy agradecida a tan tierna devoción por los enfermos y mayores, que, caprichosamente, preferirían esperar a que tan decisivo trance le alcanzara al término natural de sus vidas. Es decir: cuando la voluntad de Dios para con ella lo determinara. ¡Qué capricho! ¡Qué antiguos!¿Verdad? ¡Qué irracionales!

Bueno, pues he de confesar que yo soy uno de ellos: un octogenario afectado de corona virus, que sólo puede ofrecer ya, a la sociedad, sus achaques (que gracias a Dios, no son muchos), su cariño a los suyos y a sus amigos, algún que otro consejo bienintencionado a sus nietos o a cualquier otro osado que se fie de su experiencia. También -si consigue ser capaz de ello- el ejemplo de llevar bien la enfermedad (la que sea) y, siempre con la ayuda de Dios, el de de una muerte digna (eso es fácil: lo son todas) llevada ¿por qué no? con cierta elegancia, si es posible, cuando el momento llegue. Algún que otro pensamiento -como este que ahora os cuento- quizá os podrá ofrecer, y poco más. ¡Ah, vaya por Dios! se me olvidaba lo que es, a no dudar, más importante que todo lo demás: su oración por esta España nuestra y por los españoles todos, entre los que se encuentran, desde luego, quienes nos van a hacer, ahora, tan patético regalo, envuelto, eso sí, con sus mejores intenciones y deseos.

Pero bueno: estamos en medio del Adviento, tiempo que, para el creyente, es de penitencia pero, sobre todo, para él, es de Esperanza, con mayúscula. Tiempo en fin, en el que, junto a la pobre Cuadra de Belén, se puede conjurar la tristeza que asalta hoy al bien nacido que ve sufrir, sin esperanza acaso, a tantos compatriotas y a coetáneos nuestros de otras latitudes. Yo, junto al recuerdo de los míos y de todos mis amigos, lo intentaré, sin duda, para lograr revivir la Navidad con alegría, limpio de rencores y con la Esperanza muy viva en mi viejo corazón.
¡FELIZ TIEMPO DE ESPERANZA, AMIGOS, Y DIOS REPARTA SUERTE!