Una pírrica victoria

En el link que antecede se halla la referencia de un trascendental suceso que ABC publicó ayer, día 15 de diciembre: el sorprendente descubrimiento de un Mediterráneo que ya creíamos conocer. Veamos como lo cuenta:

«Por una exigua mayoría de seis votos a cinco, el Pleno del Tribunal Constitucional concluyó, este martes, que el ultraje a la bandera no está amparado por la libertad de expresión. Los magistrados desestimaron así el recurso presentado por un representante sindical contra las sentencias de un juzgado de lo Penal y la Audiencia Provincial de La Coruña que le impusieron una multa de 1.260 euros por este delito, previsto en el artículo 543 del Código Penal»,

por hechos acaecidos  el 30 de octubre de 2014. Es decir: ¡Sólo seis años ha durado el altísimo tribunal en dictar este veredicto! O, alternativamente, ¡Seis largos años ha permanecido, el recurso, durmiendo el sueño de los injustos (dado que no ha prosperado) a la espera de que los excelentísimos señores decidieran anteponer su estudio a otros que, como el interpuesto contra la Ley del aborto (Me niego a usar el trágico eufemismo que es su nombre), sí que duermen el sueño eterno de los inoportunos. Largo viaje, pues, ha sido este, para gente tan experta en leyes, aunque cabría suponerlo de fácil resolución si no fuera porque sus señorías se hallan divididos entre sí hasta la médula, condicionados por las terminales políticas que los auparon a sus sitiales.

B69. Barcelona, 11/09/06.- Un pequeño grupo de manifestantes encapuchados queman una bandera española al término de la manifestación que los movimientos independentistas catalanes han celebrado hoy por el centro de Barcelona con motivo de la Diada Nacional de Cataluña. EFE/Guillen Sans

Ya sé yo que vale más algo que nada, pero esto ocurre después de que, en distinto lugar y circunstancia, se hayan quemado cientos de banderas nacionales a lo largo y ancho de las tierras de España y, de manera casi habitual, mientras, en efigie, se decapitaba al Rey, o se quemaban fotos del él con su familia. Esto ha ocurrido y aún volverá a ocurrir en cualquier lugar donde la izquierda extrema y el nacionalismo imperan, y ejercen su violencia so capa de legítimos derechos que no son tales, en absoluto, y así es, en esta ocasión, como el alto tribunal sanciona.

¿Y qué ha sucedido después de tan graves y tan numerosos desafueros? Pues no otra cosa que lenidad cuando no impunidad, de parte de (unos más que de otros) gobiernos sucesivos: desamparo de las y Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado embridadas ante tales felonías, y, quizá, lo que seguro que es peor: la indiferencia de tantos y tantos ciudadanos a los que se les ha ido endureciendo la piel de la conciencia, y que, al ritmo al que se iban convirtiendo en mónadas aisladas, iban perdiendo consciencia de su ser personal, de ser individuos libres y responsables, sujetos relacionales origen de sociedades, pueblos y naciones.

Seres, en fin, que un día ya lejano, se reconocieron libres e iguales, herederos de un patrimonio común: de una Patria que les ligaba con lazos de solidaridad hilados con viejas tradiciones y costumbres preñadas, todas, de profundos sentimientos y emociones. Hábitos que venían de lo hondo de los tiempos, y que empapaban familias y linajes de ansias de unidad, de felices presentes y futuros ideales. Y así se vieron, una vez, compartiendo país de nacimiento y todo lo anterior: una comunidad de ciudadanos libres e iguales que se querían dueños de su destino común. Y se pusieron en pie gritando libertad, desde un nosotros que adquirió conciencia de ser Nación, una comunidad moral y una comunidad política única, irrepetible, como cada uno de sus connacionales. Una comunidad dotada de conciencia consciente de su historia, comprometida con ella, y asumiendo en ella todos los corazones del pasado, del presente y del futuro, más allá del rencor porque el dolor sufrido, el sufrimiento, es capaz de reconciliar corazones aún muy heridos. Una Comunidad, pues, abierta al mundo, al concierto del resto de naciones que lo pueblan, y en marcha esperanzada hacia el futuro aunque el futuro, siempre, sea incierto. CONCIENCIA NACIONAL, en fin, se llama eso.

No obstante, siempre hay gentes que están a la que salta, en busca de diluir responsabilidades, de aventar el humo para encubrir el fuego, de eludir cargas y compromisos, para nada arriesgar, y para estar, así, sólo a las prebendas. Son gentes valientes cuando no hay riesgos. Que lucen prudentes cuando son cobardes. Muy generosos cuando nada es suyo de lo que comparten. Que se escandalizan de lo que otros hacen, y ocultan conductas que son semejantes. Pero también saben, oportunamente, celebrar los triunfos, si acontece alguno. Es lo que ahora hacen tras esta sentencia. Ya se  dejan oír voces de gentes como estas que celebran prontas tan pírrica victoria. Victoria que, sola, poca cosa es, que nada remedia, que nada cambiará porque seguirán ardiendo las banderas, mientras se digan defensores de España –y no lo sean, de verdad- tanto quienes hoy la desgobiernan,  como otros que  otrora lo dijeron para actuar, después, de igual manera.

Francisco Galvache Valero-Martín

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